En las zonas altas y húmedas de la isla Santiago, donde la niebla cubre la vegetación como un velo y el silencio es casi absoluto, un equipo de investigadores y guardaparques avanza con precisión en busca de una señal de vida. Su misión: proteger al petrel de Galápagos, una de las aves marinas más amenazadas del planeta Con tecnología de punta, monitoreo constante y ciencia bien aplicada, recorren un ecosistema en riesgo, pero aún con posibilidades. A través de drones, recorridos de campo y análisis detallados de nidos, demuestran que cuando el conocimiento se transforma en acción sostenida, la conservación se vuelve algo real, medible y esperanzador.
Temprano en la mañana, antes de que la luz del sol se abra paso entre la vegetación, Doménica Pineda ajusta su mochila y se adentra en el bosque húmedo de la isla Santiago. Lleva una linterna, su libreta de campo y la misión urgente de encontrar rastros del petrel de Galápagos. Un ave enigmática que sobrevive en silencio, lejos de la mirada de la mayoría, y cuyo futuro pende de un hilo.
Junto a guardaparques y personal técnico, Doménica recopila información que no solo describe el presente de la especie, sino que guía decisiones que pueden significar su supervivencia.
Durante cada expedición, el equipo avanza atento a cualquier pista. Guiados por mapas, GPS y la experiencia acumulada en monitoreos anteriores, recorren las zonas altas de la isla, donde el suelo es inestable y la vegetación espesa dificulta el paso. Están alerta al sonido más leve: una pluma en el suelo, un cascarón roto, la entrada escondida de un nido.
El petrel de Galápagos (Pterodroma phaeopygia) pasa casi toda su vida volando sobre el océano. Se alimenta de calamares que suben a la superficie durante la noche y regresa a tierra solo para anidar, eligiendo zonas remotas, húmedas y de difícil acceso, entre los 300 y 900 metros de altitud. Allí excava nidos en tierra blanda, o aprovecha huecos naturales y túneles formados por antiguos flujos de lava, ocultos entre la vegetación. Es su estrategia para evitar depredadores: pasar desapercibido, discreto y casi invisible.
Las amenazas que enfrenta hoy el petrel de Galápagos son múltiples y complejas.
Durante siglos, su estrategia de anidar en zonas remotas y escondidas le permitió mantenerse a salvo. Pero hoy, esa misma estrategia lo vuelve vulnerable frente a amenazas nuevas: la degradación del hábitat, la presencia de especies invasoras como ratas y hormigas, y el avance agresivo de plantas como la mora y la guayaba.
El resultado ha sido devastador. El petrel está catalogado como En Peligro Crítico por la UICN, debido a un descenso poblacional acelerado en las últimas décadas. En solo tres generaciones, su número ha caído a una fracción de lo que alguna vez fue.
Muchas de las zonas históricas de anidación han sido invadidas por especies como la mora y la guayaba, que forman barreras vegetales densas y agresivas. Cuando el equipo llega a estos lugares, muchas veces encuentra madrigueras cubiertas, inaccesibles para las aves que, sin saberlo, siguen regresando año tras año.
Doménica y sus colegas las oyen desde la distancia, sobrevolando en círculos los sitios donde una vez criaron. Y para quienes logran encontrar un nido, el peligro continúa: ratas y hormigas introducidas pueden destruir huevos o atacar a los polluelos antes de que tengan una oportunidad de sobrevivir.
La calidad del hábitat es un factor determinante para el éxito reproductivo del petrel: necesita suelos estables, vegetación adecuada y mínimas perturbaciones para prosperar.
En cada expedición, el equipo de Galápagos Conservancy asume tres tareas vitales para proteger al petrel.
Primero, recolectan información precisa sobre los nidos activos: su ubicación, su estado y cuántos ejemplares los habitan. Luego, intervienen directamente ante las amenazas, instalando trampas o aplicando medidas para controlar especies invasoras como ratas y hormigas. Finalmente, buscan zonas históricas de anidación cubiertas por vegetación agresiva y las restauran, despejando el camino para que los petreles puedan regresar a los lugares que un día fueron su hogar.
Estos tres frentes de acción —monitoreo, control de amenazas y restauración del hábitat— son la base del plan que guía cada paso en el terreno.
La labor del equipo de Galápagos Conservancy es tan silenciosa como el ave que buscan. Pero cada hallazgo importa. Cuando encuentran un nido activo, registran las coordenadas, observan el comportamiento del ave, y documentan el estado del hábitat. También emplean drones, que permiten ubicar potenciales zonas de anidación y vegetación invasiva sin perturbar los sitios más sensibles. Esta integración entre ciencia de campo y tecnología amplía el alcance del monitoreo y permite planificar intervenciones más efectivas para proteger a la especie. Todo se registra. Todo suma.
En una expedición anterior, el equipo registró 340 nidos, con actividad en 108 de ellos. Observaron 50 adultos, algunas parejas formadas y otras en proceso de incubación. Esta información sirve como base para cada nueva salida al campo, alimenta las bases de datos científicas y también fortalece el espíritu del equipo.
Cada expedición es más que una salida al campo. Es una muestra de compromiso y una declaración de voluntad. Un acto de responsabilidad frente a una especie que podría desaparecer sin dejar rastro. Pero mientras haya nidos activos, hay esperanza.
Gracias al apoyo de la National Fish and Wildlife Foundation (NFWF), aliada estratégica de Galápagos Conservancy, estas acciones se sostienen en el tiempo. Proteger al petrel no es una carrera de corto plazo, es una inversión en el futuro de la biodiversidad.
En las alturas de Santiago, donde la neblina cubre el terreno y la vegetación dificulta el paso, el trabajo continúa. Y aunque el petrel sigue en peligro, su presencia silenciosa nos recuerda que aún hay tiempo.
La ciencia sigue buscándolo.
Y el petrel, por ahora, sigue respondiendo.
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