En Española, una de las islas más remotas y emblemáticas de Galápagos, más de 2.300 tortugas gigantes han vuelto a caminar sobre un suelo que alguna vez perdieron. Con cada paso, están reescribiendo la historia de un ecosistema que estuvo al borde del colapso. Su impacto beneficia a aves como el albatros de Galápagos, otros reptiles y plantas endémicas, demostrando cómo el retorno de una sola especie puede desencadenar una recuperación ecológica en cadena. Este artículo revela cómo una especie emblemática puede allanar el camino para muchas otras.
Durante décadas, Española fue un ecosistema marcado por la ausencia. Las tortugas gigantes de la isla (Chelonoidis hoodensis), que alguna vez moldearon su paisaje con su andar, habían desaparecido casi por completo. Su población fue diezmada por la caza intensiva en los siglos XVIII y XIX, y su dinámica ecológica alterada por especies invasoras como cabras salvajes, que destruyeron la comunidad vegetal — fuente de alimento, agua y sombra para las tortugas. Con ellas, se fue algo más que una especie: se interrumpió la dinámica que sostenía la vida en la isla.
En la década de 1970, se eliminaron las cabras. Sin tortugas ni cabras, la vegetación leñosa creció sin control. Las zonas abiertas se cerraron. Los caminos naturales se borraron. Lo que a primera vista parecía un cambio en la vegetación fue, en realidad, una crisis ecológica. Porque en Galápagos, ninguna especie vive aislada. Cuando una cae, otras tambalean.
Pero gracias a décadas de esfuerzo liderado por la Dirección del Parque Nacional Galápagos, y con el apoyo de Galápagos Conservancy en los últimos 20 años, la isla Española vive una restauración ejemplar. Tras décadas de crianza en cautiverio y reintroducción planificada, más de 2.300 tortugas han regresado a la isla. Con cada uno de sus lentos y poderosos pasos, al desplazarse y alimentarse, abren corredores en la vegetación, controlan el crecimiento excesivo de plantas y dispersan semillas. Su sola presencia está reactivando la dinámica natural que permite a muchas otras especies volver a prosperar.
Lo que las tortugas hacen naturalmente —caminar y alimentarse— se ha convertido en una fuerza restauradora. Su movimiento abre corredores entre la vegetación. Su dieta controla el crecimiento excesivo de plantas. Y su andar, silencioso pero constante, transforma la dinámica ecológica de la isla.
Este cambio ha beneficiado especialmente al albatros de Galápagos (Phoebastria irrorata), una especie que depende de terrenos despejados para aterrizar, anidar y alzar el vuelo. Durante años, los matorrales densos limitaron su acceso a las zonas de anidación, poniendo en riesgo su ciclo de vida. Ahora, gracias a las condiciones que generan las tortugas, el albatros está recuperando los espacios que necesita para sobrevivir.
Los espacios abiertos también favorecen a la lagartija de lava de Española (Microlophus delanonis), que ahora encuentra mejores condiciones térmicas para desplazarse y cazar. Incluso especies vegetales endémicas, como los cactus Opuntia megasperma var. orientalis, están mostrando señales de regeneración gracias a la dispersión de semillas facilitada por las tortugas.
Restaurar una sola especie ha reactivado una red ecológica entera.
Nada de esto es casualidad. Cada paso de este proceso ha sido cuidadosamente planeado y está siendo monitoreado por los científicos de Galápagos Conservancy y los guardaparques del PNG. En cada expedición se mapea la distribución de las tortugas, se observa el cambio en la cobertura vegetal, se documenta el retorno de otras especies. La ciencia confirma lo que la naturaleza ya nos dice: que la restauración funciona cuando se hace con compromiso y paciencia.
“Cuando restauramos una especie como la tortuga, no solo ayudamos a su recuperación. También abrimos puertas para muchas otras formas de vida que dependen de sus efectos sobre el paisaje”, explica el Dr. Jorge Carrión, director de Conservación de Galápagos Conservancy.
El Dr. James Gibbs, vicepresidente de Ciencia y Conservación de Galápagos Conservancy, ha dedicado más de cuatro décadas al estudio de las tortugas gigantes y los albatros en Galápagos. Él nos afirma que “ver cómo las tortugas están ayudando a abrir espacios para los albatros en sus zonas de anidación es una de las demostraciones más claras de cómo la restauración funciona en la práctica. Es la ecología en movimiento”.
A pesar de los avances, la dinámica ecológica en Española sigue siendo frágil. Lo que se ha ganado en décadas puede perderse en pocos años si se interrumpe el esfuerzo. La restauración necesita vigilancia constante, presencia activa y compromiso sostenido.
Ya ocurrió una vez: la isla colapsó cuando perdió a sus tortugas. Y si volviera a ocurrir, las consecuencias serían igual de severas. Porque restaurar es lento, pero perder es rápido. En conservación, los retrocesos siempre llegan antes que las victorias.
Hoy, Española no es solo un escenario de recuperación. Es la prueba de que una especie puede catalizar el renacer de muchas. Es un recordatorio de que conservar no es un gesto simbólico, sino una acción urgente para sostener la vida.
Porque cuando una tortuga abre el camino, la vida le sigue.
No solo como sobreviviente, sino como verdadera ingeniera del ecosistema: modelando el paisaje, creando oportunidades para otras especies y guiando el camino hacia un futuro más resiliente para toda la isla.
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