En Galápagos, un grupo especial de perros entrenados trabaja junto a sus guías en aeropuertos y muelles olfateando equipajes, carga y mercancías para detectar posibles amenazas biológicas. Esta brigada canina, liderada por la Agencia de Bioseguridad para Galápagos (ABG) y fortalecida con el apoyo de aliados estratégicos, se ha convertido en una pieza clave para la protección del archipiélago. En 2025, el programa se expandió por primera vez a la isla San Cristóbal, sumando una nueva línea de defensa de un archipiélago que no puede permitirse nuevas invasiones.
Galápagos ya conoce demasiado bien el daño que pueden causar las especies invasoras. Muchas llegaron con las primeras personas que intentaron asentarse en las islas, trayendo cultivos, animales de granja o herramientas de subsistencia. Aunque no fueron introducidas con mala intención, algunas de estas especies se salieron de control y, desde entonces, se han invertido años, esfuerzos y millones de dólares en contenerlas o erradicarlas. Hoy tenemos mayor conciencia, mejores controles y nuevas herramientas. Pero el riesgo sigue presente. Algunas amenazas llegan sin anunciarse —ocultas en una caja, adheridas a una fruta, escondidas entre la carga— y si logran ingresar, eliminarlas puede ser imposible, costoso o provocar consecuencias inesperadas.
Por eso, hay una verdad que todos los expertos en bioseguridad comparten: prevenir es mejor que reaccionar. Y en esa primera línea de defensa, la tecnología más eficaz no siempre es una máquina, sino algo mucho más vivo y sensible: el olfato entrenado de un perro.
Vivir en Galápagos implica convivir con riesgos únicos. La vida cotidiana depende del ingreso constante de productos por vía marítima y aérea: alimentos, medicinas, materiales de construcción, insumos agrícolas. Pero cada caja, cada maleta, puede traer consigo pasajeros no deseados: semillas exóticas, insectos, mamíferos pequeños o patógenos capaces de afectar cultivos, fauna silvestre y procesos biológicos delicados.
En lugares como Puerto Baquerizo Moreno —capital provincial y hogar de unas 8.000 personas—, estos riesgos son reales y cotidianos. Por eso, la incorporación de un nuevo equipo canino entrenado para detectar olores asociados a materiales de riesgo representa mucho más que un refuerzo logístico: es una barrera vital para mantener a salvo a las islas.
Desde hace más de una década, Galápagos Conservancy ha trabajado junto a la Agencia de Bioseguridad para Galápagos (ABG) para fortalecer la primera línea de defensa del archipiélago: impedir el ingreso de especies invasoras. En 2014, junto a Island Conservation y la Leona y Harry Helmsley Charitable Trust, hicimos posible la implementación de la primera brigada canina en Santa Cruz, con dos perros entrenados por Dogs for Conservation: Darwin y Neville. Su tarea era inédita en Galápagos, pero urgente: utilizar su olfato para detectar amenazas biológicas como el caracol gigante africano, una de las especies invasoras más destructivas del mundo.
La experiencia fue tan exitosa que sentó las bases de un modelo replicable. En 2017 se incorporaron nuevos binomios caninos, y en 2022 renovamos nuestro compromiso mediante un convenio de cooperación que permitió la entrega de dos perros más —Kratos y Bruss— y la capacitación de cinco guías oficiales. Este trabajo conjunto fortaleció el sistema de bioseguridad de la ABG y abrió el camino para ampliar su cobertura.
Hoy, en 2025, la brigada canina se expande por primera vez a la isla San Cristóbal. Allí, un nuevo perro entrenado comenzó a operar en el aeropuerto y los muelles tras completar 120 horas de trabajo con su guía. Su misión: detectar productos agrícolas, carnes, semillas u otros materiales de riesgo biológico antes de que crucen la frontera insular. Gracias a controles combinados —rayos X, arcos sanitarios y brigadas caninas— la protección de San Cristóbal es hoy más sólida. Y nuestro compromiso con la prevención, más firme que nunca.
Un perro entrenado puede detectar una fruta en una maleta sellada. Puede oler una plaga oculta entre la carga. Su eficacia supera con creces la de muchas máquinas, y su trabajo ahorra tiempo, recursos y, sobre todo, riesgos. Son tecnología viviente al servicio de la conservación.
Expandir la brigada canina a nuevas islas es una victoria, pero no el punto final. Proteger a Galápagos implica educar, monitorear, restaurar y actuar con anticipación. Es un esfuerzo colectivo que combina ciencia, comunidad y compromiso —y que debe sostenerse a largo plazo.
Desde Galápagos Conservancy, seguiremos fortaleciendo esta alianza, apoyando al equipo humano y canino de la ABG, e impulsando soluciones donde la ciencia y el compromiso trabajan juntos. Porque proteger Galápagos empieza en sus puntos de entrada… pero su impacto llega a cada rincón de estas islas únicas.
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