Proteger un ecosistema tan único como el de Galápagos exige mirar más allá de lo evidente. Partículas pequeñas invisibles, como los residuos de pesticidas, pueden desencadenar consecuencias graves, alterando la salud de las especies y los paisajes que hacen especiales a estas islas. Por eso, en Galápagos Conservancy, invertimos el fortalecimiento de herramientas que nos permiten anticipar riesgos antes de que se conviertan en pérdidas irreparables.
En Galápagos, cualquier descuido puede tener consecuencias irreversibles. El uso inadecuado de pesticidas no solo pone en riesgo la salud humana, también puede afectar de manera directa a especies emblemáticas que solo existen en estas islas. Galápagos Conservancy ha fortalecido su alianza con la Agencia de Regulación y Control de la Bioseguridad (ABG) para ampliar el alcance del sistema de monitoreo de contaminantes agrícolas, ahora activo en todas las islas habitadas del archipiélago: Santa Cruz, San Cristóbal, Isabela y Floreana.
Este esfuerzo conjunto busca una cosa muy clara: prevenir daños antes de que sea demasiado tarde.
Los riesgos de los pesticidas están ampliamente documentados. En regiones agrícolas de Centroamérica, por ejemplo, el uso prolongado de agroquímicos se ha vinculado a tasas alarmantes de enfermedades renales crónicas en trabajadores jóvenes sin antecedentes clínicos. En Hawái, residuos de pesticidas utilizados en zonas agrícolas cercanas a reservas naturales contaminaron fuentes de alimento, provocando la disminución de poblaciones enteras de aves endémicas. Y en varias regiones de Ecuador continental, estudios han demostrado que los residuos químicos en el suelo afectan a especies silvestres, particularmente aquellas que dependen de vegetación contaminada.
Galápagos no es una excepción. Aquí, la agricultura es parte esencial de la vida, pero debe practicarse con responsabilidad. Cuando los residuos químicos permanecen en frutas, hortalizas o en el suelo, pueden filtrarse en los suelos, contaminar los cultivos e incluso afectar a especies como las tortugas terrestres, los pinzones de Darwin o el agua que consumen las personas.
Gracias a esta alianza estratégica, el laboratorio de contaminantes agrícolas —operado por la ABG y fortalecido por Galápagos Conservancy— ya no es un esfuerzo aislado. Ahora cuenta con nuevos equipos, como incubadoras, centrífugas, lectores de tiras, planchas calefactoras y más, que permiten realizar análisis más rápidos, precisos y directamente en territorio. Ya no es necesario enviar muestras al continente ni esperar días para obtener resultados de laboratorios externos.
Esto ha cambiado las reglas del juego. Se detectan los problemas a tiempo, se retiran los productos contaminados del mercado local, se corrigen prácticas agrícolas, y se evita que lleguen a la población alimentos que no cumplen los estándares internacionales.
Desde 2023, el sistema de análisis opera bajo los estándares del Codex Alimentarius, el estándar global de seguridad alimentaria. Las muestras se toman en ferias y mercados locales, en contacto directo con productores. Y si algo no está bien, se actúa de inmediato. Este es un modelo de conservación moderna: con tecnología, con decisiones basadas en evidencia, y con resultados concretos.
Cuidar las especies de Galápagos además de senderos turísticos y centros de crianza de tortugas, incluye los campos de cultivo y prácticas agrícolas. Porque lo que llega al plato también llega a las especies que hacen único este lugar.
Por eso, Galápagos Conservancy seguirá fortaleciendo esta red de monitoreo y apoyando al equipo técnico de la ABG, porque entendemos que la salud de las personas y la supervivencia de especies únicas están profundamente conectadas.
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