El solitario Jorge, Diego y Fernanda son más que tortugas gigantes de Galápagos. Son símbolos que nos advierten, nos inspiran y nos sorprenden con nuevas posibilidades para conservar la vida en el planeta.
Un solo individuo puede contar la historia de toda una especie. En Galápagos, tres tortugas gigantes lo hacen: el solitario Jorge, la advertencia; Diego, la esperanza; y Fernanda, la sorpresa. Sus historias nos enseñan que la conservación no es un esfuerzo de corto plazo, sino una decisión que cambia el rumbo del futuro. Cada una representa un capítulo distinto en la historia de Galápagos, pero juntas nos ofrecen una lección compartida sobre qué ocurre cuando la humanidad descuida, cuando se compromete y cuando se atreve a seguir buscando.
Durante más de 40 años, Jorge fue el último representante conocido de su especie (Chelonoidis abingdonii). Descubierto en 1971 en la isla Pinta y trasladado al año siguiente al Centro de Crianza Fausto Llerena, en Santa Cruz, vivió bajo el cuidado de científicos y guardaparques que dedicaron décadas a intentar preservar su linaje y salvar a su especie, aunque tristemente sin éxito.
El 24 de junio de 2012, cuando Jorge murió, el planeta entero se conmocionó. Su imagen ya había recorrido museos, documentales y portadas, convirtiéndose en un ícono global. Pero detrás de su fama se escondía una verdad incómoda: los esfuerzos por salvar su especie fueron valiosos, aunque llegaron demasiado tarde.
Tras su muerte, con el apoyo de Galápagos Conservancy, su cuerpo fue preservado en el Museo Americano de Historia Natural de Nueva York y, en 2017, regresó a las islas. Hoy descansa en la sala Símbolo de la Esperanza, parte del circuito La Ruta de la Tortuga en Santa Cruz, donde miles de visitantes reflexionan cada año sobre el valor de la conservación.
El legado del solitario Jorge nos recuerda que lo que no protegemos a tiempo se pierde para siempre. Su historia se convirtió en un espejo que refleja las consecuencias de nuestras decisiones pasadas y en una advertencia conmovedora de lo que significa actuar demasiado tarde.
La historia de Diego representa el otro lado de la moneda: el triunfo de la acción perseverante. Este ejemplar de Chelonoidis hoodensis, originario de la isla Española, pasó más de 30 años en zoológicos de Estados Unidos. En 1976, gracias a la colaboración entre varias instituciones, fue trasladado al Centro de Crianza de Tortugas Gigantes en Santa Cruz, el mismo lugar donde también vivió el solitario Jorge.
El traslado fue un hito en la conservación. Bautizado como “Diego” en honor al Zoológico de San Diego, de donde provenía, los análisis genéticos lo identificaron como un ejemplar clave para un programa destinado a recuperar una población reducida a apenas 15 individuos.
Una vez en el centro de crianza, Diego se convirtió en el principal contribuyente del programa. Se le atribuye la paternidad de alrededor de 900 crías, muchas de las cuales fueron liberadas en Española. Gracias a su extraordinaria contribución, la población creció a más de 3.000 individuos, reactivando las dinámicas ecológicas y devolviendo vida al ecosistema de la isla.
En junio de 2020, tras más de 40 años de éxito reproductivo, Diego fue liberado nuevamente en su isla natal. Hoy camina libre por Española, como un símbolo viviente de que, con paciencia, compromiso y una visión a largo plazo, la naturaleza puede recuperarse. El legado de Diego es una poderosa invitación a creer en lo imposible hecho realidad, incluso cuando todo parece perdido.
La especie Chelonoidis phantasticus era conocida únicamente por un macho colectado durante una expedición en 1906 y que fue transportado a Estados Unidos por la Academia de Ciencias de California y desde entonces, por más de un siglo, no se había tenido noticias de los quelonios en esta isla.
Todo cambió en 2019, cuando una expedición conjunta de la Dirección del Parque Nacional Galápagos y Galápagos Conservancy halló a una hembra viva en un sector remoto de la isla Fernandina. El descubrimiento sorprendió al mundo entero y abrió una esperanza inesperada para esta especie olvidada.
Los análisis genéticos confirmaron la identidad de la tortuga: se trataba de la misma especie que aquel ejemplar colectado en 1906. Fernanda, como fue nombrada, se convirtió en la única representante conocida de Chelonoidis phantasticus.
Al igual que Jorge y Diego, fue trasladada al Centro de Crianza de Tortugas Gigantes en Santa Cruz para su protección y estudio. Desde allí, su historia ha impulsado nuevas expediciones científicas en Fernandina con la esperanza de encontrar más individuos. Fernanda nos recuerda que, incluso cuando creemos que todo está perdido, la naturaleza puede sorprendernos. Su existencia es un llamado a no rendirse y a mantener viva la esperanza de conservar lo invaluable.
Las historias de Jorge, Diego y Fernanda no pertenecen solo a Galápagos: hoy son lecciones universales. Nos muestran lo que ocurre cuando la humanidad descuida, cuando se compromete y cuando se atreve a seguir buscando. Tres tortugas, tres lecciones que nos invitan a prevenir, actuar con decisión y nunca perder la capacidad de asombro. En ellas encontramos una brújula para enfrentar el gran desafío de nuestro tiempo: asegurar un futuro en el que la vida siga teniendo lugar.
Galápagos Conservancy, junto con la Dirección del Parque Nacional Galápagos y la comunidad local, continuará trabajando para que estas historias trasciendan el símbolo y se conviertan en acciones concretas que protejan a las especies y ecosistemas que nos sostienen a todos.
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