Entre agosto y septiembre de 2025, mil iguanas terrestres fueron liberadas en la isla Santiago como parte de un esfuerzo colaborativo para restaurar los procesos ecológicos que dan vida a este ecosistema. Provenientes de Seymour Norte, estas iguanas marcan un nuevo paso en uno de los proyectos de restauración más ambiciosos del archipiélago.
Con las manos firmes y el pulso tranquilo, uno de nuestros jóvenes científicos, Adrián Cueva, sostiene a una iguana por la base de la cola y la coloca con cuidado en el suelo. La iguana queda inmóvil por unos segundos, luego alza la cabeza, avanza con determinación y desaparece entre los arbustos.
Esa escena se repitió mil veces, un momento breve, pero lleno de significado: una especie desaparecida por completo de esta isla hace casi dos siglos, vuelve a ocupar su lugar. Cada iguana liberada representa una oportunidad concreta para restaurar procesos ecológicos que estuvieron ausentes durante generaciones.
El último registro de avistamiento de iguanas terrestres en Santiago lo realizó Charles Darwin en 1835, y apenas tres años después, en 1838, ya no se las volvió a observar. Su extinción local fue consecuencia directa de la introducción de especies invasoras, como cerdos y cabras, que arrasaron nidos, vegetación y hábitats clave.
Durante décadas, la isla permaneció sin estos reptiles esenciales. El suelo se volvió más compacto, la vegetación más cerrada y la dispersión natural de semillas prácticamente desapareció.
El ecosistema, aunque seguía en pie, perdió a uno de sus grandes ingenieros ecológicos.
Ese vacío empezó a cambiar en 2019, con la primera gran repatriación de iguanas terrestres desde Seymour Norte. Más de 1, 400 ejemplares fueron liberados en áreas estratégicas de Santiago, marcando el inicio a un proceso de recuperación a gran escala. A esa primera operación inicial se sumaron nuevas liberaciones en 2020 y 2021, elevando el total a más de 4 000 individuos.
Cada liberación es la culminación de un proceso minucioso que empieza mucho antes del traslado final. Una vez capturada en Seymour Norte, cada iguana pasa por un estricto proceso de cuarentena estricto en las instalaciones de la Dirección del Parque Nacional Galápagos, en Santa Cruz. Allí se evalúa su salud, se toman medidas morfométricas, y se coloca un microchip subcutáneo que permitirá su identificación y seguimiento individual.
Durante ese periodo también expulsan las semillas de plantas consumidas en Seymour, evitando que especies ajenas lleguen a Santiago. Solo después de varios días de observación y cuidado, los reptiles están listos para regresar a su nuevo hogar.
El traslado por mar dura varias horas, y el desembarco se realiza en puntos estratégicos como Puerto Nuevo y Bucanero, donde la vegetación, los refugios naturales y el espacio disponible favorecen su adaptación.
Las iguanas terrestres no vuelven solas a Santiago: también traen consigo su aporte ecológico. Al cavar, remover el suelo y dispersar semillas, contribuyen a regenerar la vegetación y a mantener el ecosistema activo y saludable.
El impacto ya es visible. La presencia constante de juveniles confirma no solo la supervivencia, sino también el inicio de un proceso reproductivo esperanzador. Santiago empieza a recuperar funciones ecológicas que había perdido hace casi 200 años.
Este avance no es casualidad. Es el resultado de años de monitoreo, planificación colaborativa y decisiones basadas en ciencia. Un esfuerzo conjunto entre la Dirección del Parque Nacional Galápagos y Galápagos Conservancy, que continúa escribiendo una de las historias de restauración más inspiradoras del archipiélago.
No es solo un traslado. Es una apuesta firme por el futuro de una isla.
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