Hace casi un siglo, un grupo de iguanas terrestres fue trasladado a Seymour Norte. Lo que comenzó como un experimento improvisado se transformó, con el tiempo, en una oportunidad clave para restaurar la presencia de esta especie en otras islas de Galápagos.
En los años 30, cuando la conservación aún no era una ciencia estructurada, un grupo de iguanas terrestres (Conolophus subcristatus) fue trasladado desde Baltra a Seymour Norte. No había un plan formal ni estudios detallados, solo una preocupación urgente: que las actividades humanas y la creciente presión sobre Baltra acabaran con esta especie.
Y así fue: poco después, las iguanas terrestres desaparecieron de Baltra.
Nadie imaginaba que aquella decisión improvisada sería clave no solo para recuperar la población en su isla natal, sino también para restaurar un segundo ecosistema que, décadas más tarde, necesitaría desesperadamente el regreso de este herbívoro endémico. Hoy, esa necesidad es más clara que nunca en una isla que lleva décadas esperando recuperar su trama ecológica natural.
Durante más de 180 años, la isla Santiago permaneció en silencio. La desaparición de sus iguanas terrestres fue consecuencia de la introducción de especies invasoras como cabras y cerdos, que destruyeron nidos, plantas y suelo. Sin estos antiguos habitantes, Santiago perdió a uno de sus grandes ingenieros ecológicos, lo que interrumpió profundamente la dinámica natural de la isla.
Pero mientras tanto, en Seymour Norte, aquella pequeña población que alguna vez fue trasladada desde Baltra logró adaptarse, crecer y prosperar. Con el tiempo, se convirtió en una colonia robusta, con más de cinco mil individuos. Una historia que comenzó como una acción de contingencia terminó convirtiéndose en un inesperado reservorio para el futuro de estos reptiles en todo el archipiélago.
Hoy, casi un siglo después, Seymour Norte y Santiago se encuentran en un nuevo capítulo de conservación. Lo que comenzó como una acción de rescate, ahora se transforma en una oportunidad de restauración. Las iguanas que prosperaron en Seymour se han convertido en la clave para reactivar la dinámica ecológica de Santiago, una isla que perdió a esta especie hace casi dos siglos.
Bajo el liderazgo de la Dirección del Parque Nacional Galápagos y Galápagos Conservancy, con el apoyo de Island Conservation, se ha implementado un proceso técnico riguroso: monitoreo, captura, revisión sanitaria, desparasitación, cuarentena e identificación con PIT tags. Un cuidadoso programa de monitoreo de ambas poblaciones garantiza un flujo sostenible de iguanas entre las dos islas. Solo entonces, las iguanas están listas para regresar a Santiago.
En zonas como Punta Córdova (Bahía Bucanero), en la isla Santiago, donde se realizaron las primeras reintroducciones, ya se observan nuevas generaciones. La restauración no es solo un ideal: está en marcha.
Las iguanas terrestres cumplen un rol crucial en la salud de los ecosistemas insulares: dispersan semillas, remueven el suelo y crean espacio para otras formas de vida. Allí donde caminan, la tierra se oxigena y los cactus tienen espacio para brotar. Allí donde descansan, las semillas encuentran lugar para germinar.
Cada iguana es mucho más que un individuo, es un agente de cambio, un recordatorio viviente de que la restauración no siempre llega desde el aire ni con maquinaria pesada, sino paso a paso, gracias a la fuerza paciente de la naturaleza.
Seymour, que alguna vez ofreció refugio temporal, hoy es una fuente de iguanas terrestres para una isla que estuvo casi dos siglos sin ellas. Y Santiago, tras tanto tiempo de espera, vuelve a recibirlas.
En estos días, mil iguanas están emprendiendo ese viaje. No es solo una translocación: es el inicio de un nuevo capítulo en la restauración de Galápagos, donde la ciencia, la historia y la naturaleza se entrelazan con propósito.
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